Florent Marcellesi

Tecnología, relocalización y autolimitación

In democracia, ecología política, Europa on 4 septiembre 2013 at 7:46

Green European Journal

Por Florent Marcellesi, publicado en el Green European Journal, agosto 2013. Disponible en inglés aquí.

El siglo XXI alberga una paradoja fascinante: en la historia de la humanidad nunca habíamos alcanzado un desarrollo tecnológico tan alto y refinado como el actual y tampoco nunca nos habíamos acercado tanto al precipicio ecológico y colapso global. Para superar esta contradicción, el ecologismo político tiene que apostar por dos prioridades: la relocalización de la economía y la democracia de la autolimitación.

Los límites del progreso tecnológico

El progreso tecnológico, junto con el crecimiento del PIB, los aumentos de productividad o el poder adquisitivo, es uno de los motores centrales de la «sociedad del crecimiento» (para profundizar véase Gadrey, J., Marcellesi, F., Barragué, B., 2013) y se fundamenta en los principios siguientes:

  • Todo lo que es técnicamente posible es aceptable.
  • La naturaleza es sobre todo el objeto propuesto para nuestro dominio y para nuestro provecho, gracias a la tecnociencia.
  • Y sobre todo, la tecnología permitirá superar los problemas sociales o ecológicos que enfrentamos.

Sin embargo, esta visión no tiene en cuenta:

  • Los riesgos asociados a tecnologías que supera la capacidad de control del ser humano (energía nuclear, transgénicos, etc.). Como lo explicaba Illich (2006), solo una sociedad «convivencial» que acepta poner límites a ciertas técnicas (mega-tecnologías, mega-infraestructuras, mega-máquinas) en sus medios de producción, que no está al servicio de un cuerpo de especialistas y que aumenta el espacio de la autonomía tiene alternativas políticas. Por ello, sin acto de fe ciega en la tecnociencia, es necesario asumir los principios de precaución y de responsabilidad que nos permiten decidir colectivamente que tecnologías son apropiadas para una transición ecológica ordenada (Azkarraga et al, 2011).
  • Como lo recuerda Riechmann (2006), siendo ésta una de las bases de la economía ecológica: «el medio ambiente no forma parte de la economía, sino que la economía forma parte del medio ambiente. Son los subsistemas económicos humanos los que han de integrarse en el sistema ecológico englobante, y no al revés».
  • El llamado «efecto rebote» (o paradoja de Jevons), es decir que por mucho que disminuya el impacto ambiental por unidad producida, las mejoras tecnológicas se encuentran sistemáticamente anuladas por la multiplicación del número de unidades vendidas y consumidas en términos absolutos. (1)

Si fuera poco, el desarrollo de los países del Norte, donde se incluye entre otros el «European way of life«, fundamenta su visión y acción en la capacidad de tener acceso a fuentes de energía barata, abundante y de buena calidad (principalmente el petróleo). Sin embargo, Europa —al igual que el resto de regiones industrializadas— se enfrenta al fin de la era de los combustibles fósiles (y de sus altísimos rendimientos energéticos): hemos entrado en la era de la sobriedad energética donde, además, las nuevas fuentes (renovables o no) tienen retornos energéticos mucho más bajos que las fuentes fósiles y no permiten mantener, a priori, el nivel de complejidad de las sociedades industriales (y por tanto su modo de vida). (2) En este sentido, recurrir a la tecnología cada vez más sofisticada y moderna como bálsamo mágico para solucionar un problema estructural de modelo de sociedad suele caer en la tentación de la complejificación del sistema que a su vez se hace imposible sin una alta disponibilidad de energía barata. Como lo explica Tainter, existe una espiral energía-complejidad: la energía y la complejidad «tienden a entremezclarse, o bien aumentar, o bien disminuir conjuntamente. De hecho, solo pueden aumentar o disminuir juntas (…): no podéis tener complejidad sin energía, y si tenéis energía, tendréis complejidad». (3)

Dentro de este marco, el ecologismo político tiene que tener claro que si solución habrá —que no sea ni el colaspo ecológico ni el ecofascismo— pasará por un cambio radical del «European way of life» desde uno basado en el crecimiento infinito (y todas sus características asociadas, en particular el progreso tecnológico) a otro basado en la sobriedad energética y material, y la autolimitación, es decir una sociedad capaz de vivir bien y feliz dentro de los límites ecológicos del Planeta. En particular, y de forma no exhaustiva, el reto energético nos lleva a pensar en términos de descentralización y descomplejificación a través de la relocalización de la economía, mientras que el cambio cultural necesario para la autolimitación nos lleva directamente a plantear la centralidad de la cuestión democrática. (4)

Relocalizar la economía (y glocalizar la acción socio-política)

Es necesario privilegiar las actividades con utilidad social y ecológica, que fomentan circuitos cortos de producción y consumo, con creación de riqueza a nivel local y baja huella ecológica (actividades menos intensivas en energía y carbono pero más en mano de obra), alta capacidad de resiliencia y gestión democrática de los bienes comunes. Ya sea por parte de la soberanía alimentaria y agroecología, de la autosuficiencia energética, de la banca ética, de las monedas locales, de las cooperativas (de energía, de vivienda, de consumo, etc.) o de las ciudades en transición, son apuestas decididas por poner la economía al servicio de las personas y en armonía con la naturaleza y por aumentar el poder y el control ciudadano sobre la economía y el futuro de nuestras sociedades.

Al mismo tiempo, para que la transición sea cuanto más ordenada y pacífica posible, son necesarias dos condiciones suplementarias:

1)    Institucionalizar y generalizar las prácticas e iniciativas llevadas desde abajo. Una vez superada la fase de pruebas y de laboratorio de ideas, las nuevas realidades exitosas necesitan una regulación normativa (a nivel local y supralocal) que fije las nuevas reglas del juego y permitan su extensión. La acción política es fundamental para complementar la acción social y darle vigencia más allá de experimentos locales.

2)    Coordinar y acumular fuerzas a nivel supralocal (regional, europeo, global) para garantizar la solidaridad interterritorial, una transición en un marco de paz y cooperación, y políticas y redes capaces de hacer frente y ser alternativas ante los poderes políticos y económicos globales. (5) En este sentido, la relocalización de la economía y el proyecto europeo (siempre y cuando no caiga en la trampa de la tecnocracia y complejidad añadida) son dos patas imprescindibles para un pensamiento y acción “glocales”. (6)

Democracia y autolimitación

Cambiar las expectativas personales y colectivas en torno a la producción, el consumo y el trabajo, es decir provocar un cambio socio-cultural que permita migrar fuera del sistema productivista y consumista, pasa inextricablemente por repensar y decidir democráticamente:

  • El proyecto social deseable y realista según la capacidad de carga ecológica disponible.
  • Las necesidades colectivas y el nivel de consumo aceptable asociadas al mismo.
  • Cómo y dónde invertir la fuerza de trabajo para hacerlo realidad.
  • De hecho, ante el carácter despilfarrador e injusto del modelo actual, uno de los factores decisivos es la autolimitación (en un planeta finito, los recursos son por definición finitos y hay que establecer límites) y su puesta en práctica de forma equitativa. Dicho de otra manera más institucional, la gestión global de la demanda es una prioridad, no solo en temas más aceptados como el agua o la energía sino también en todos los aspectos del consumo de masas: consumo de carne y pescado, emisiones de CO2, uso de recursos naturales (renovables y no renovables), espacio de tierra disponible, opulencias material y económica aceptables…

Por tanto, ya sea para definir otros indicadores de riqueza o el «poder del vivir bien» (7), para fijar colectivamente las necesidades deseables y posibles en un mundo solidario y finito, para elegir en consecuencia qué tipos de trabajo (y dónde invertirlos) se requieren para cubrirlas, para debatir y escoger las tecnologías adaptadas a este proyecto de sociedad (todo esto en contraposición con el peligro de una transición autoritaria y violenta), el debate y la evaluación ciudadanos son centrales. Ya es hora de hacer de la vida en general y de la tecnología y la ciencia (incluida la económica) en particular un tema de extensas deliberaciones democráticas locales (según el principio de subsidiariedad y la necesaria relocalización del poder) y globales (mayor articulación transfronteriza). En estas ágoras de «autogestión colectiva de las necesidades y de los medios para su satisfacción» (Riechmann, 2006), es donde se hace posible una evaluación plural, participativa y multicriterio de la producción y de su eficiencia, del reparto del trabajo y de las riquezas económicas, ecológicas y sociales, de la reproducción de la vida o de la igualdad entre mujeres y hombres de cara a responder a las necesidades de una sociedad justa y sostenible. Dicho con otras palabras: es donde se construye y pone en práctica el European way of life del futuro.

¿Qué es el progreso ecológico?

En una sociedad del “vivir bien” basada en la autonomía, solidaridad, participación, ciudadanía y ecología, el “progreso ecológico” se tendría que entender como un perfeccionamiento multidimensional —no determinista ni tampoco lineal— de nuestras capacidades personales y colectivas (manuales, intelectuales, afectivas, emocionales, relacionales, etc.) dentro de los límites de la biosfera y desde la solidaridad local e internacional, intrageneracional e intergeneracional, y con el resto de seres vivos. Es lo que he definido como posdesarrollo (Marcellesi, 2012b), es decir «la evolución de una comunidad o sociedad hacia niveles de vida acordes con los límites ecológicos del planeta y que cubren las necesidades básicas de sus componentes así como sus legítimas aspiraciones a la autonomía y a la felicidad.»

Notas:

(1) Por ejemplo, entre 1990 y 2007, y a pesar de mejoras significativas en torno a la intensidad de carbono (-12%), la eficiencia tecnológica no ha compensado el crecimiento de la población (+24,5%) y el aumento del PIB por habitante (+25,5%), y las emisiones de CO2 han aumentado a nivel mundial de 38%. Fuente: Jackson, Tim (2011): Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito. Encuentro Intermón Oxfám-Icaria.

(2) Mientras que las sociedades primitivas o agropecuarias necesitaban una Tasa de Retorno Energético (TRE) global de entre 4 y 6, la sociedad industrial y tecnológica actual tiene una TRE global de entre 12 y 25 (Prieto, 2013). Sin embargo, es poco probable que sin combustibles fósiles y solo con nuevas fuentes de energía podamos mantener TRE globales tan altos (por ejemplo, la fotovolcaíca tiene una TRE de 2,4, el fracking de 1 a 3 o los agrocombustibles de 8 hasta… negativos). Fuente: Prieto, P: Renovables: mitos y realidades, Conferencia del 19 de marzo 2013 en Málaga.

(3) Fuente: http://petrole.blog.lemonde.fr/2011/10/31/lempire-romain-et-la-societe-dopulence-energetique-un-parallele/  Dicho de otra manera, construir un sistema sobrio energéticamente significa descomplejificar el modelo socio-económico actual en general y en particular la tecnología, es decir apostar por tecnologías más simples.

(4) De forma transversal, aunque no lo desarrollaremos en este artículo, es evidente que un cambio sistémico necesita tocar otros ejes centrales como la redistribución de la riqueza (renta básica y renta máxima) y del trabajo (productivo y reproductivo), la reorientación productiva y laboral hacia empleos verdes y decentes, la desmercantilización (y desestatalización) de la economía o la construcción de otra macroeconomía post-crecimiento (Marcellesi, 2012a).

(5) El camino seguido por Via Campesina que lucha a la vez por la relocalización agrícola y por la construcción de alianzas mundiales es en este modo un buen ejemplo de esta dinámica donde la relocalización es un proyecto global.

(6) Al mismo tiempo, hace falta una mayor reflexión sobre el encaje y posibles contradicciones entre una dinámica de relocalización de la económica y otras propuestas como el New Deal Verde. Al igual que Jackson (2011, p. 150) lo argumenta, la propuesta de un estímulo verde a través de un New Deal Verde tiene potencialidades, sobre todo a corto-medio plazo, puesto que en la fase de transición hacia una economía sostenibles son necesarias inversiones dirigidas a los sectores y empleos verdes. Al mismo tiempo, reactivar el flujo de la economía a través de la lógica keynesiana del aumento del crédito, consumo, productividad, PIB, etc., no deja de ser una estrategia basada en el callejón sin salida estructural, el de la insostenibilidad del crecimiento a largo plazo, con una fe bastante alta en la tecnología pero sin tener en cuenta de manera suficiente el efecto rebote. Hará falta algo más que cambiar el motor actual del crecimiento por un “motor verde”: es necesario garantizar la estabilidad y resiliencia del sistema sin crecimiento.

(7) El “poder de vivir bien” es un concepto multidimensional más amplio que el poder adquisitivo: implica el acceso a riquezas no económicas como la autonomía, la solidaridad, la ciudadanía, la seguridad, la autoestima y la ecología, tener cubiertas sus necesidades básicas (alimentación, energía, vivienda, etc.) y el desarrollo de servicios fuera de la lógica mercantil (salud, cultura, educación, movilidad…).

Bibliografía:

  1. Excelente, Florent. Riguroso y sencillo. Es dificil transmitir ideas complejas y espero que más gente las aprecie como yo.
    Saludos

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